viernes, julio 5

T -179. La construcción del hábito

Me propuse escribir, aunque sea un poco, todos los días. Desde el viernes que no lo conseguía, hasta recién. Aquí los hechos, aunque suenen un poco "off topic" (fuera de tema) en este blog.

El viernes di tres clases de yoga, atendí después a cuatro pacientes más. Hubiera sido un milagro si lo hubiese conseguido. Tuve la intención de hacerlo entre las nueve y las diez, pero creo que me desmayé en el sofá viendo un capítulo de "Breaking Bad". Cuando iba del sillón a la cama me prometí dedicar un momento durante el sábado que pudiese compensar lo que no pude hacer el viernes.

Al día siguiente fue el cuarto módulo de la Formación en Yoga dirigida a futuros instructores y estuve allí con Laura dando clases desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde. Es un grupo fabuloso de entre diez y quince mujeres que están haciendo su camino personal, descubriéndose, creciendo y enseñando con sus preguntas. Llegué a casa sobre las siete y media y escribí el primer párrafo de este post.

Me recosté en el sofá a masticar una idea y me desperté una hora más tarde con la boca pastosa. Sebastián me despertó avisándome que sacaba al perro a dar una vuelta. Mientras me despertaba comenzamos a ver "Nueve reinas", película que hacía tiempo que no veía. Impresionante volver a disfrutarla habiendo visto el final, siguiendo los guiños que el director te va dejando hacia lo que realmente está sucediendo delante de tus ojos. Salimos luego a cenar con dos parejas amigas y terminamos en uno de esos bares exclusivos en los que sólo se puede entrar con tarjeta de membresía a través del armario de la bodega de un restaurante que sólo sirve de fachada. Sí, un restaurante de pocas mesas, con luz tenue, que tiene una bodega repleta de botellas de champagne. Al fondo un armario como el de Narnia, que al abrirse deja paso a un pasillo angosto y mal iluminado... Cruzas un patio y detrás se yergue la fiel copia de un bar de la década de los intocables, dónde solo suena swing y jazz (aunque en medio de Nat King Cole podían escucharse versiones de The Killers o Aerosmith que podría haber entonado Michael Bublé). Llegamos a casa a las tres de la mañana.

Horror. El domingo amanecí con resaca. Escribí el segundo párrafo de este post. Dormí la mayoría del día. Me desperté para hidratarme, pasear al perro, ir a comprar algo al supermercado, con desmayos de sueño y jaquecas punzantes intermitentes, aclarando hacia la noche.

Mi gran mentora y profesora, Holly Lisle, me decía que era ridículo pensar que se escribe todos los días, que escribir es un trabajo y que hay que tomarse (como en todo trabajo) un día libre. Ella habló de un día libre, yo llevaba tres. Y "libres" a medias, porque no dejaba de sentirme en falta con esto mismo que yo me había prometido.

Yo se que estoy recuperando la disciplina de escribir, en mi proyecto, en el blog, en lo que sea, unas líneas cada día. También se que estoy presionándome más allá de lo razonable al pretender hacer todo de una sola vez. Si quiero conseguir lo que nunca pude antes, más vale que use herramientas nuevas. Y más vale que me ponga a ello ahora mismo.

¿Por qué? Tengo la sensación de que el tiempo apremia, no porque sienta que estoy por morirme mañana, sino porque lo necesito. Necesito escribir, como necesito meditar, hacer mi práctica de yoga, dar clases... Y no hablo del factor económico: escribir me ordena. Y escribir soy yo. Lo hago desde los diez años, y recibí muchos mensajes en mi vida que me hicieron creer que era una tontería dedicarme a esto por mejor que lo hiciera ¿Se puede vivir de lo que se escribe? ¿Vas a matar de hambre a una familia? ¿No te convendría buscar una profesión que te de dinero? A pesar de todos esos bienintencionados consejos, seguí escribiendo, en secreto, para mi. Hoy los personajes me salen por las orejas y tengo tres libros en firme delante de mi. Como no escriba todos los días...

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