jueves, julio 11

T -173. Papeles mojados

Desde que comencé a escribir que tengo un ferviente amor por las libretitas de tapa dura de color negro. Me gustan en tamaño A6, que quepan en un bolsillo. Cuando volvieron las Moleskine, me compré unas cuántas, con las que juego a periodista de los años 50, a escritor de los años 60, a soñador de los años 70... y así...

Entre todas las que tengo, por supuesto que hay una favorita. Todas tienen nombre, como en código, esta es la que alberga las notas de Pluviophilia desde 2008 hasta 2011.

Sí, de nuevo, tengo notas de una novela que terminé su primer manuscrito en 1992 y que reescribí en 2009, con ideas, giros, y demás cuestiones hasta 2011 inclusive. Todo en una Moleskine, cuyo nombre en código es "Papeles mojados", como los diarios de la lluvia. No, no es porque alguna vez la haya agarrado el agua, aunque a decir verdad sí, alguna vez se mojó un poco...

Una vez la perdí, me la olvidé en algún lugar, y la recuperé un par de días después, usando una técnica de localización de objetos perdidos que me enseñó mi amiga Karina. No me pidan que les explique, pero las cosas aparecen.

Ahí le fuí sacando fotos, porque no existía Evernote en su momento y salvar estos textos de las pérdidas, el agua, el perro adolescente (Félix se comió a "Bienvenido a Buenos Aires"). Además fue una buena forma de poder compartir algunas cosas con mis lectores.

La libreta es un libro en si mismo, una bitácora de lo que fue surgiendo y cómo; un palimpsesto de bocetos, escenas y mapas... hacé la prueba de recordar una habitación que nunca existió cuatro años más tarde para escribir la siguiente escena y te va a parecer un poco menos obsesivo el mapa, ya vas a ver.

"Papeles mojados" fue el motivo por el que empecé a usar pantalones "cargo" cuando vivía en Madrid: para tener un bolsillo para llevarla siempre encima. Ella me ha acompañado al Sahara, Amsterdam, París, Londres, Buenos Aires, Iguazú...

Ahora viajamos menos la verdad y el otro día, cuando hubo acuerdo interior y social de qué proyecto atacar primero, fui a buscarla al cajón de las libretas (uno lleno, usadas y nuevas) y la abrí en una página al azar. Me emocionó saber que todo aquello que mi memoria a veces entierra en el dulce suelo del subconsciente estaba ahí a flor de piel. Me sentí descongelando un mamut de las glaciaciones del Pleistoceno, reviviendo un Frankenstein, recuperando un sueño.




No hay comentarios.: