miércoles, julio 17

T -167. Eterno resplandor



En fin, estoy leyendo el manuscrito, y pasando del odio al amor de a ratos. Como la vida misma. Me encontré con un gran problema, que es que comencé escribiendo este libro hace muchos años en Buenos Aires, para abandonarlo incloncluso. De allí, hace unos años lo retomé viviendo en Madrid, para terminar un borrador voluminoso. En los años que me tomó terminarlo por segunda vez (la primera fue para el Premio Planeta en 1991) cambié de voz, gané experiencia y mi vocabulario, mi modo de hablar, mutó. Sabía que tocaría arremeter con modificaciones, pero la derivada que surgió cuando conseguí un agente para representarlo me alejó de futuras y necesarias correcciones.

Claro, a ver, en realidad el manuscrito que uno escribe como si no hubiese un manaña, es como hacer el recorrido entre A y B. Sales de un punto y llegas a otro. The end, colorín colorado. El tema es que esa senda puede ser tortuosa, tener puentes, vados y muchas curvas innecesarias. Cuando uno lee un libro, quiere que sea lo más parecido a un viaje en tren: suelo nivelado, en línea recta, sin sobresaltos...

La transformación de un manuscrito en un libro requiere de un editor, alguien que con la visión global del género, el mercado y la literatura pueda pulir ese bruto y sacar de lo mejor que puedas dar. Cuando eliges autopublicar, entonces esa figura queda vacante. Es un "sombrero" diferente al del autor, y nada tiene que ver con la corrección de las comas, comillas, sangrías de primera línea o el uso correcto de los adjetivos. Todo eso viene a ser necesario, pero tiene un tinte mecánico. La edición literaria es creación (y destrucción, no nos engañemos).

Pasaron unos dos años y medio desde que terminé el manuscrito de Pluviophilia, tiempo suficiente para poder encarar su relectura sin demasiado amor por un párrafo o una escena que merece ser sacrificada. A veces cae bajo fuego amigo hasta un capítulo entero o, lo que es más doloroso y difícil de extirpar, un personaje.

En la relectura que hice en 2009 eliminé un personaje de raíz, jugando a "Eternal Sunshine of a Spotless Mind", borrándolo de las acciones, diálogos y recuerdos de todos los que interactuaron con él a lo largo del libro. Eso fue como jugar a Dios, y me gustó, porque era un personaje al que odiaba realmente.

Hoy me crucé con un párrafo de la historia de Sonoko Aoyagi, una de las protagonistas de esta novela coral, que decía:

"No sabía por dónde empezar. La casa estaba completamente devastada por el desorden y la suciedad. Empezó por tomar los periódicos viejos que estaban en el salón y hacer una pila sobre la mesa de entrada. Allí cayó en cuenta que la casa estaba vacía desde hace por lo menos un año y medio. Se le hizo un nudo en la garganta al recobrar la imagen de su madre en ese mismo sillón raído, con la vista ausente."

Esa sensación de cuando uno viene a recuperar una habitación en la que se ha guardado tanta cosa sin orden ni concierto, y ahora toca meterse de lleno y separar la paja del trigo. Bueno, esa sensación.


martes, julio 16

T -168. 1.000 fans verdaderos

Desde los profundos cambios que sufrieron las industrias culturales con el aumento de velocidad de la Red, el sistema de comercialización tradicional entró en crisis y aún estamos viendo el alumbramiento de un nuevo modelo.

Primero fue la industria discográfica, luego el cine y la televisión, y ahora el libro. Todos luchan contra la piratería. Como dice alguien a quien quiero mucho ¿Se pude tapar el sol con un dedo? Ninguna de las leyes financiadas por los distribuidores hicieron en estos años que la cultura que se comparte hoy por Internet disminuya.

Esto también aceleró la digitalización de los contenidos y la frecuencia de consumo: vemos más películas, series, escuchamos más música ¡y leemos más!

Los lectores de Kindle, teniendo en cuenta sólo aquello que se compra legítimamente y se lee a través de estos dispositivos, leen más que aquellos que compran libros en papel ¿Por qué? Es fácil, rápido y mucho más económico.

En muchos casos, las listas de superventas están plagadas de autores que autopublican y que utilizan las herramientas de marketing online disponibles para llegar a la mayor cantidad de gente posible.

Por otra parte, no es un segmento exento de la piratería. Hay sitios y redes especializadas en compartir libros así como también los hay para música o películas. No tiene sentido querer evitarlo. Es parte de la realidad que nos permite ver el último capítulo de nuestra serie favorita a pocas horas de haber sido emitida en su país de origen. Es parte del sistema que nos permite comprar esas zapatillas en China al precio a las que se la venden a la marca que luego las comercializa en todo el mundo.

Mi madre, que ama leer y que ha sido la principal contribuidora en la familia a una de las bibliotecas más variadas y nutridas que haya visto jamás, hoy tiene miles de eBooks que provienen de una comunidad online en España que se dedica a romper el código de protección que llevan los archivos adquiridos a través de tiendas digitales (DRM por Digital Rights Management). Más libros de los que jamás pueda llegar a leer.

La realidad es que ahora podemos acceder a cualquier contenido en formato digital sin pagar por ello. Así y todo hay gente que elige (sí, elige) pagar por los productos que sus artistas favoritos o más queridos generan.

A pesar de estar suscripto a servicios como Netflix o Spotify (o contar con el equivalente digital de la Biblioteca de Alejandría gracias a mi madre), compro películas, discos en MP3 y libros ¿Cuáles? Aquellos que pertenecen a artistas y autores que quiero apoyar con mis compras. Algunos son independientes, otros pertenecen a grandes conglomerados de distribución ¿Cómo los elijo? Los que más me entretienen, los que hacen cosas fuera de la creación artística que los muestran como personas sensibles, los que tienen precios razonables para lo que ofrecen: a esos les compro.

Hay un gran artículo que circula por la web desde hace un par de años, fue escrito por Kevin Kelly y habla de la teoría de los 1.000 fans verdaderos. El tema es crear un modelo de negocio donde tus fans compren aquello que producís porque les gusta lo que estás haciendo.

Entonces el camino parece ser construir presencia online, ofrecer un buen producto y ser buena persona. Ahí el boca-a-boca se vuelve fundamental, y el marketing de guerrilla algo imprescindible. Ahí las intermediaciones se van agotando y cada vez estamos más cerca del artista, en contacto directo, estableciendo un vínculo personal ¿Quién no quisiera eso con sus artistas favoritos?

En medio de tantas formas de acceder a la cultura de manera gratuita ¿Qué compras? ¿Por qué? Seguramente en las respuestas que te surjan a esa pregunta está el por qué este nuevo modelo tiene cada vez más solidez.

Hoy todo autor que se precie tiene su blog, su cuenta de Twitter, su página en Facebook... Están allí construyendo marca, dándose a conocer, abiertos a ser descubiertos por el próximo fan que quiera sumarse... y recomendarlo a sus amigos.

PostScript: Si te interesa el cambio de modelo en la industria cultural, te recomiendo que le dediques 10 minutos a leer el artículo de Kevin Kelly aquí.


lunes, julio 15

T -169. 21 meses para decir adiós (escrito el 14 de enero de 2013, volviendo de Madrid)

El post sobre los perros me hizo releer cosas que había escrito hace un tiempo, y que inclusive compartí por Facebook. No quiero repetir temas en entradas diferentes, a no ser que quede algo para decir al respecto. En este caso, Theo merece un tratamiento especial. Aquí el momento en que nos despedimos definitivamente.

(Publicado en Facebook el 17 de enero de 2013)

24 horas. Hace un día finalmente pude despedirme de él. Conviví con sus cenizas desde el 8 de abril de 2011, hasta ayer. En parte porque creía que Gerjo tenía derecho a despedirse de él, en parte porque era incapaz de decirle adiós de forma definitiva. Estoy hablando de Theo. Sí, del perro que me acompañó desde el 10 de junio de 2003 hasta ese 8 de abril.
Pensando en el lugar en que Theo fue feliz, en el sitio donde fue más libre, inmediatamente se me vino a la imagen Valdelatas, un bosque de seis kilómetros de largo, de encinas y pinos, cerca de Alcobendas en Madrid. Allí me animé a soltarle para que corriese entre las jaras y las zarzas. Allí perseguía conejos hasta sus madrigueras. Era perro en estado puro, no ese ser adaptado a lo humano en lo que se convirtió (es necesario aclarar que él se volvió casi humano durante nuestro tiempo juntos, y que también yo me volví mucho más canino).
A 10.000 metros sobre el nivel del mar, en el primer tramo de nuestro viaje de regreso, me siento a escribir por primera vez en mucho tiempo. Y eso también se lo debo a Theo.

Hace 24 horas, luego de un intenso día en Madrid, intentando cumplir con todas las visitas, encargos y rituales de fin de viaje, llegamos a Alcobendas. Antes, mucho antes, me había imaginado ese momento, el de abrir la urna, esparcir las cenizas, dejar que el viento se las llevase, en un claro bañado de sol. Ya era de noche, la última noche.
Una de las cosas que aprendí viviendo a salto de mata en España fue a adaptarme a aquello que la vida quisiera proponerme. Y a prescindir de la expectativa. No esperar nada. Así y todo no he aprendido a despedirme, a soltar y abrir la mano con facilidad. Igual eso es otra historia, que no es esta, en la que por fin pude despedirme de mi constante, mi cable a tierra, mi compañero incondicional y sabio: mi perro.

Era de noche y hacía mucho mucho frío. El viento helado secaba los ojos y hacía muy difícil caminar en línea recta, íbamos borrachos de invierno. Nos subimos al coche y paramos en Valconejeros, encendimos un globo de papel, uno de esos faroles chinos, que Gerjo había reservado para que compartiésemos con Sebastián y con él una noche de esas. Habían ya soltado uno con Adrián, que había llegado al infinito y más allá sin hacer curva alguna en un cielo absolutamente transparente. No fue el caso. Escribí nuestros nombres, y el de Theo por supuesto, e intentamos encenderlo: el viento era tan fuerte que no había forma. El mechero se apagaba, no llegaba desprender llama. Nos metimos dentro del coche (sí, con las puertas cerradas y todo) para poder encender el globo. Casi se chamusca el globo y el habitáculo olía a alcohol fino y a papel quemado. Cuando el dispositivo empezó a inflarse nos refugiamos en el soportal de una peluquería de barrio y lo sujetamos entre dos para estabilizarlo. Todo se había vuelto azul, y las luces de la calle estaban encendidas con ese color frío propio de la iluminación moderna. El color dorado del globo llegaba al alma. El calor que desprendía parecía mágico. Casi un grado bajo cero.
Una ráfaga fuerte nos arrancó el globo de las manos y aunque llegó a subir un metro sobre el suelo, la dirección del viento lo arrojó sobre la acera colina arriba, hizo un par de piruetas como si rodase cuesta arriba esquivando las farolas y los bancos de madera. Parecía condenado a incendiarse y morir en tierra. Cambió la dirección del viento y comenzó a elevarse por encima de las luces, las casas... Hizo una curva vertiginosa y empezó a ir directamente hacia la gasolinera. Nuestro primer impulso fue correr hacia el coche y huir: nuestros nombres estaban escritos en el globo. Y una ráfaga más lo elevó por encima de todas las construcciones y tomó dirección sudeste y se perdió entre las estrellas y los aviones que daban vueltas para aproximarse a Barajas. En ese momento no sabía si mi rostro estaba mojado por el viento sobre mis ojos o eran lágrimas de esas que se lloran sin esfuerzo ni nudo en la garganta.
Volvimos al coche. Quedaba aún soltar las cenizas. No había tomado la precaución de llevar conmigo la navaja suiza y la caja de fibrofácil estaba atornillada. No podía abrirla ni con las llaves que tenía encima ni con nada que hubiese en la guantera del coche. Volvimos a la casa de Gerjo a por un destornillador y cuando bajó de nuevo al Vectra había decidido que mejor hacíamos el intento de ir a Valdelatas.
Merece este punto aparte los giros, los cambios de plan, los imprevistos que más de una vez me sacaron de quicio con Gerjo. Con el tiempo esos caprichos (como los llamaba entonces) se volvieron el testigo de que en realidad uno dispone y luego Dios se ríe de tus planes... Si mi crianza me hizo estructurado, conocerle me hizo un poco más surfista. Luego la vida me mostró en mi propia cara que las constantes no existen, que vivimos en un profundo cambio constante, en la inmanencia absoluta. Las constantes son una ilusión. Theo se fue hace 21 meses y yo seguía hasta ayer encadenado a la imagen vacía de una presencia física. Aún puedo recordar su olor y la textura de su pelo, por poner dos ejemplos de todo lo que me llena de un compañero con el que compartí prácticamente cada día durante ocho años.

No esperaba que viviese por siempre, no era para mi como un hijo, no pretendía que ocupase un vacío, era mi cable a tierra. Cuando mi vida hizo el giro radical que comprende separarse, cambiar de trabajo, migrar, él me acompañó. Descubrimos un mundo nuevo, extraño, salvajemente civilizado. Hicimos el camino inverso que mi bisabuelo a fines del siglo XIX, cuando se subió a un barco en Nápoles para terminar en Buenos Aires. Fue un cambio enorme, y no estuve solo. Enorme. Y gigantesca su compañía. Nos hablábamos, con la mente, el corazón, las palabras y los ladridos. Todo plan era un buen plan.
Era de noche e intentábamos encontrar un acceso al bosque que recorríamos con Theo tantas veces al año, junto con la visita o compañía que tocase en ese momento, muchas veces con Mohamed, algunas veces en bicicleta.
Hace un par de años comenzaron un desarrollo urbanístico en una pequeña porción del bosque, un polígono industrial que la crisis tumbó. Los accesos habituales a la entrada llena de pinos centenarios, justo donde aparcábamos el coche y se abría un área de descanso con mesas de madera y una sombra tupida bajo las coníferas, no existía más. No había forma de llegar a ella...

Los lugares que uno deja atrás a veces sólo persisten en el recuerdo, existen en los territorios de la mente, tatuados por la experiencia en la piel del espíritu. Y como cuando las olas van subiendo con la marea, hay cosas que el agua se lleva y sólo quedan en fotografías, relatos, anécdotas y en el alma.

Gerjo intentó rodear el bosque desde todos los ángulos posibles hasta que metiéndonos por la carretera que sale a Colmenar terminamos en la Universidad Autónoma. Allí, fingiendo que íbamos a visitar a unos amigos en una de las residencias de estudiantes del campus, nos metimos los tres en el coche. Las calles de esa ciudad en miniatura ya estaban vacías, eran más de las diez de la noche y el aire estaba helado. Eso sí, el cielo completamente despejado. Recorrimos de norte a sur todo el predio hasta llegar a los accesos al bosque. En los últimos años, con la necesidad de reforzar la seguridad, se construyeron vallas, paredes y se definió un perímetro claro entre Valdelatas y la Universidad. De pronto, en uno de los muros blancos que separan el cemento del verde silvestre, se divisa una pequeña puerta, junto a la cual hay un orgulloso grafitti del gato Félix (nombre de mi perro hoy, de mi tutor en los estudios que acababa de cursar hace un día y del amigo que me ayudó a arrancar en mi regreso a Buenos Aires.
No fue poco que me acompañase en esa migración, sino que estuvo conmigo en la crisis más profunda que me tocó enfrentar hasta ahora, e hizo el camino en reversa. Theo volvió ya enfermo conmigo a Buenos Aires, a la casa de Banfield y allí se murió en mis brazos.
Tenía la urna en mis manos, recuerdo cuando nos miramos a los ojos por última vez y le dije "si tienes que irte, márchate; yo voy a estar bien". Suspiró y ya no más.

Suspiré. Seguimos cuesta arriba con el coche hasta encontrar una entrada con varios carteles que invitaban a no seguir. Con las últimas luces del campus a nuestras espaldas llegamos al final del camino pavimentado y el cielo se llenó de estrellas. La constelación de Orión aparecía delante nuestro, la única parte del mapa estelar del sur que soy capaz de encontrar y reconocer en el norte. Pensé que así en la tierra como en el cielo y que hay un poco de mi en el norte, otro poco en el sur, y como Orión sería ridículo que con lo vivido se diga que es de un hemisferio u otro.
Yo soy incapaz de ver en la oscuridad. Y eso me hizo temer muchas veces las excursiones nocturnas, aunque amo la naturaleza y por supuesto no le temo. El yoga de estos años me hizo menos torpe y más enfocado y creo que sólo por eso no perdí esta vez el pie. Estábamos completamente a oscuras, una luna en cuarto creciente muy tímida y delicada, un sendero de barro con pequeños charcos tan quietos que podías contar estrellas en ellos. Así en la tierra como en el cielo.
Ninguno de los tres hablaba. Seguimos avanzando por el sendero principal. Caminamos más de quince minutos internándonos en el bosque, con un frío espectral que se calaba en los abrigos y que dolía en la nariz. En un momento me di cuenta que tanto Sebastián como Gerjo estaban esperando que yo decidiese el lugar. Se me hizo un nudo en la garganta, llegaba el momento. "Bueno, por aquí está bien dije" y traté de que sonase tan casual como cuando uno está buscando un lugar donde poner una tienda de campaña o la manta del picnic. Tenía el destornillador guardado en la campera de plumas.
No había pensado en un ritual, sí pensé que se me ocurriría decir algunas palabras, pero así como la noche había puesto un velo en mis ojos, sabía que era incapaz de decir nada.
Con todo el cariño del que fui capaz, quité primero un tornillo y luego otro. Se los di a Sebastián y levanté la tapa de la urna. Un polvo gris, casi del color de los rizos de Theo, era todo lo que quedaba dentro. Le di la tapa a Gerjo, que la tomó con un gesto de incredulidad: eso es todo lo que quedaba de él, cenizas.
Calculé la dirección del viento y tomé envión hacia atrás para esparcir sus restos en la curva del sendero. El aire hizo un cambio repentino y el polvo hizo una pirueta en el aire. Sebastián y yo vimos como las cenizas se transformaban en un perro pequeño que salía volando de la caja y corría a perderse entre los matorrales... Se me cortó la respiración. Creo que dos segundos después, inspiré con todas las fuerzas de las que fui capaz. Y rompí a llorar.
Gerjo miraba desconsolado el hueco por el que Theo había emprendido su última carrera y fui a abrazarlo y lloramos los dos como niños, asiéndonos el uno del otro.
Cuando empezamos a caminar de regreso al campus, Sebastián nos apoyó a cada uno una mano en el hombro, como quien empuja a andar. Ahora teníamos el viento de espaldas. Ahora llorábamos los tres.
En mi caso era una mezcla de angustia, nostalgia y liberación. Casi como cuando vas a despedir a alguien al aeropuerto, que sabes que viaja hacia algún destino al que puedes ir a visitarle.
En Valdelatas Theo fue libremente perro, completamente canino, yo allí al dejarle ir en medio de la noche helada, me hice completamente hombre.

Theo me enseñó muchas cosas con su presencia, entre ellas a compartir espacios de silencio cargados de sentido, a encontrar la belleza en un momento sin objetivos a la vista: el estar al sol en un prado, dejar que se posen los insectos sobre mi piel, fundirme con la naturaleza, volver al todo, conectarme con el presente. Sabio compañero. Hoy me siento más liviano. Gracias, infinitamente gracias.

domingo, julio 14

T -170. Música y techos de tejas

Creo que fue a mis quince años. Un walkman azul y blanco con auriculares de vincha metálica y espumas de goma azules. Fue un regalo de mis padres por mi cumpleaños. Cuando un cassette se acababa había que darlo vuelta. Con él, como todo adolescente, buscaba aislarme del mundo. Al principio no tenía en la casa un cuarto propio, y entre tantos hermanos, abuela y animales se hacía difícil encontrar un espacio de silencio interior.

Haciendo gala de un poco de creatividad, encontré un lugar dónde refugiarme.

Me subía al techo de tejas de la casa a ver los atardeceres, me llevaba una libreta de esas que tienen espiral y dibujaba... De allí salieron los personajes de mis primeros comics. En sexto grado había hecho un especial de ocho páginas a lápiz en el que aparecían todos los profesores que teníamos. En segundo año los dibujos que hicieron las tapas de la revista escolar. Y el semillero de mis primeros cuentos fantásticos. La ventana que me dejaba salir hasta el techo fue enrejada en el 91, después que entrasen armados a robar a mi casa en el día de mi cumpleaños y se llevasen mi portátil con los backups de mi novela dentro; eso es otra historia de todos modos.

En ese momento, experimentando entre géneros, también escribí poesía. En un cuaderno "Arte" cuadriculado encontré un fragmento de esa época:

"Aullar a la luna,
lamerme las culpas
y saber qué, cuando el alba llegue,
mi sueño de libertad se desvanecerá,
y volveré a ser prisionero del mundo".

Tuve una adolescencia complicada, en tiempos dónde no se hablaba del acoso escolar, ni se hacía nada al respecto. Me fue muy difícil encontrar mi lugar en el mundo, y durante un tiempo fue el techo de tejas en mi casa de Banfield.

Al llegar del colegio, y a veces inclusive juntando fuerzas para ir a él, me refugiaba en mis libretas y soñaba ser el protagonista de las historias más fabulosas. Como por ejemplo, este fragmento de una carta que nunca llegó a su destinataria:

"Estoy sentado aquí, en esta playa, escuchando las olas golpear contra mis ojos, imaginando un punto en común entre vos y yo, en esta constelación de distancias".

En una época en la que no existía Internet, fue muy difícil llegar a dar con gente que tuviera mis mismos intereses, que no me viese como un ser extraño al que temer.

Estos fragmentos que compartí en este post pertenecen a hojas y hojas que nadie leyó jamás, y que forman parte de mi propia mitología.

Hoy cientos de personas leen lo que escribo y hay quienes pagarían por leer un libro completamente escrito por mi: el adolescente que se sentía un patito feo, hoy nada graciosamente entre los cisnes.

PostScript: Un post que estaba previsto que fuese sobre la influencia de la música en lo que escribo se derivó en esto otro que estás leyendo ahora. Mientras escribía vinieron a mi las canciones que escuchaba entonces y con ellas las emociones que iban enlazadas a la música, así que puede decirse que a ese punto influye la música en lo que escribo. Por otra parte, me propuse escribir sin editar, sin corregir más que lo evidente en ortografía y gramática: lo que sale, sale (y como salga). Entonces, eso, aquí estamos.

sábado, julio 13

T -171. Canis Maior

Ayer pensaba en qué cosas rodeaban mi escritura, cómo era mi mecánica de trabajo y cómo comenzaba a crear. Escribir es un trabajo solitario.

Generalmente, por una cosa u otra, mis épocas más creativas fueron cuando tenía muchas horas libres y en soledad. A veces podía estar la televisión encendida, o la radio, para destruir esa burbuja de silencio. Sentía que al escribir me enfrentaba a un enorme mar negro, una bruma infinita. Parecía, y sigue pareciendo, que me sumergía en el magma elemental, privado absolutamente de mis sentidos, hurgando en las profundidades interminables para asir algo y sacarlo a la luz. Me sentía como esos cazadores de tesoros que bucean la profundidad obsidiana para rescatar los olvidados restos de algún naufragio. Sí, eso: bucear en las profundidades de la consciencia para sacar algo reluciente desde el fondo.

Escribir siempre fue un proceso personal, tan íntimo que me hace darme cuenta de lo solitaria que es la vida a pesar de todo lo que nos rodea, del ruido en el que vivimos sumergidos. Inclusive en la ficción más descabellada hay, por qué no confesarlo, mucho de eso que me pasa más allá del teclado.

Cómo cualquier espeleólogo, buzo u oficinista, siempre me gustó tener un buen equipo para sentarme a escribir, sentirme profesional haciéndolo y sumergirme en el papel.

Una taza de té, verde o chai. Una lapicera de tinta negra y una moleskine, o una netbook. Y un perro...

Desde que era chico, la gran mayoría de las veces, los momentos más inspirados, los más desesperados inclusive, hubo un perro. Sócrates, Terry, Checo, Theo y Félix. Todos copilotos en la tormenta. Inclusive puede verse en esa cronología la falta de un perro entre 1995 y 2002, años de gran sequía literaria en los que me dediqué a trabajar en el mundo corporativo como si no hubiese un mañana.

Ahora, reflexionando al respecto, no fue lo único que faltó en mi vida en ese período de tiempo. Acabo de quedarme pasmado viendo los años grises que sobrevinieron a una dolorosa separación y continuaron en una triste relación de pareja sin proyectos, sin intensidad y sin perro.

Sócrates fue el dálmata de la familia, en la casa de Banfield, desde mis 10 años, desde que era un cachorro dulce hasta que fue un viejo cascarrabias. Se comía la cola de lo alterado que era y odiaba a los niños en general. Así y todo, yo escribía en mi mesa de camping, primero con un cuaderno Rivadavia, luego con la máquina PC XT de mi papá.

Terry fue un perro adoptado en la misma casa, que le temía a los hombres pelados y las mujeres con escobas, y a quien le gustaba sentarse debajo de mi mesa o en mi cama mientras yo delineaba el primer borrador de Pluviophilia (La escuela de los mentirosos en ese entonces).

Checo, un doberman color chocolate hijo del mismo demonio, llegó a comerse los apoyabrazos de los sillones y mear a la gente que pasaba por la calle desde el balcón, en el departamento al que me fui a vivir solo por primera vez en la vida. Con él comiéndose mis diskettes y correcciones impresas de la primera revisión de la novela.

Theo fue el schnauzer miniatura terriblemente inteligente que me acompañó de Buenos Aires a Madrid, y de vuelta a casa casi nueve años más tarde. Se ponía a mis pies y me acompañaba como si él mismo tuviese que sentarse en la silla. Se lo tomaba en serio, venía a mi lado, rezongaba si tenía que madrugar, me avisaba cuando tenía que hacer un corte para acompañarlo al parque.

Félix es ahora mi compañero. Un schnauzer gigante negro que hoy tiene dos años y medio, que pesa cincuenta kilos y que se sienta a mi lado cuando escribo. Me trae a tierra, me conecta con el presente, evita que sumergiéndome en las profundidades pierda mi norte.

Perro grande. Canis Maior, constelación compañera del "Gran Cazador", de Orión en el cielo. La estrella Sirio, una de las más cercanas y brillantes en el cielo, forma parte de el gran can mitológico. Cómo los navegantes usan los astros para no perderse en la negrura de la noche, el perro siempre fue mi tripulante. A todos ellos, mi sentido homenaje.

viernes, julio 12

T -172. El Pozo


Año 1991. Estaba cursando el segundo año de la carrera de Comunicación Social en la Universidad del Salvador. Tenía mucho tiempo libre, y muchas ganas de escribir. Ahora conservo lo segundo, huelga bastante lo primero...

En ese momento, tenía el sueño que había originado la novela, y borradores sobre los personajes que la poblaban. Mientras tanto, Natacha y Mara escribieron un libro de cuentos hermoso y simple que, como te contaba, se llamó Simulacro en seis espejos. Algún día podría contarte cómo convencimos a Miguel Briante que nos prestase el Centro Cultural Recoleta para hacer la más disparatada presentación de un libro hasta la fecha.

Volviendo a este grupo que amaba escribir y tenía mucho tiempo, para nutrirnos y generar un espacio creativo, hicimos de esas reuniones de café un taller literario autogestivo. Es decir, nadie es el jefe, cada uno a su obra, todos compartiendo y generando material. Funcionó todo un año los sábados por las tardes en Belgrano R.

Nos promocionamos con carteles en bares, facultades, teatros fuera del circuito comercial, el boca-a-boca... Yo hice el logo y Santiago Fernández Ferreira escribió la poesía que le dio nombre.

Por esas reuniones pasaron por ejemplo Gabriela Bejerman, Andrés Gelós, Lorena Siminovich y algún otro ilustre formando parte de ese laboratorio literario.

Allí lo mio era lo lúdico, venía de escribir un puñado de cuentos, de cumplir veinte años, de leerme los cuentos completos de Cortázar y de acometer Rayuela con determinación vasca (mucha determinación vendríamos a decir).

Allí le conté a una decena de fumadores empedernidos que bebían café intravenoso el argumento de Pluviophilia, mientras les leía cuentos que iban a mitad de camino entre mucho Bradbury y demasiados Cuentos Asombrosos ¿Se acuerdan de esa serie?

En ese ámbito compartíamos libros del tipo El arrancacorazones de Boris Vian, cassettes pirateados de This Mortal Coil, y rarezas similares.

El Pozo, lejos de ser un ámbito depresivo, era una verdadera trinchera, un lugar desde dónde resistir y seguir escribiendo, aunque fuésemos estudiantes desempleados, actores, diseñadores gráficos o comerciantes del Once.

Ahí había gente que quería leer lo que había escrito, buscaba disparadores que la llevasen a escribir más, y mucha gente con ganas de escucharte. Hoy, más de veinte años más tarde, no te tomás dos colectivos, un subte y un tren para compartir lo que escribís con otros, lo tenés en la punta de los dedos. Tenés tanto, y tan a mano, que es difícil concentrarse en algo. Vivimos abandonándolo, volviendo, salteándolo.

Hoy estamos saliendo del pozo todo el tiempo y saltando de agujero en agujero. En ese momento para crear había que ponerse a cubierto.




jueves, julio 11

T -173. Papeles mojados

Desde que comencé a escribir que tengo un ferviente amor por las libretitas de tapa dura de color negro. Me gustan en tamaño A6, que quepan en un bolsillo. Cuando volvieron las Moleskine, me compré unas cuántas, con las que juego a periodista de los años 50, a escritor de los años 60, a soñador de los años 70... y así...

Entre todas las que tengo, por supuesto que hay una favorita. Todas tienen nombre, como en código, esta es la que alberga las notas de Pluviophilia desde 2008 hasta 2011.

Sí, de nuevo, tengo notas de una novela que terminé su primer manuscrito en 1992 y que reescribí en 2009, con ideas, giros, y demás cuestiones hasta 2011 inclusive. Todo en una Moleskine, cuyo nombre en código es "Papeles mojados", como los diarios de la lluvia. No, no es porque alguna vez la haya agarrado el agua, aunque a decir verdad sí, alguna vez se mojó un poco...

Una vez la perdí, me la olvidé en algún lugar, y la recuperé un par de días después, usando una técnica de localización de objetos perdidos que me enseñó mi amiga Karina. No me pidan que les explique, pero las cosas aparecen.

Ahí le fuí sacando fotos, porque no existía Evernote en su momento y salvar estos textos de las pérdidas, el agua, el perro adolescente (Félix se comió a "Bienvenido a Buenos Aires"). Además fue una buena forma de poder compartir algunas cosas con mis lectores.

La libreta es un libro en si mismo, una bitácora de lo que fue surgiendo y cómo; un palimpsesto de bocetos, escenas y mapas... hacé la prueba de recordar una habitación que nunca existió cuatro años más tarde para escribir la siguiente escena y te va a parecer un poco menos obsesivo el mapa, ya vas a ver.

"Papeles mojados" fue el motivo por el que empecé a usar pantalones "cargo" cuando vivía en Madrid: para tener un bolsillo para llevarla siempre encima. Ella me ha acompañado al Sahara, Amsterdam, París, Londres, Buenos Aires, Iguazú...

Ahora viajamos menos la verdad y el otro día, cuando hubo acuerdo interior y social de qué proyecto atacar primero, fui a buscarla al cajón de las libretas (uno lleno, usadas y nuevas) y la abrí en una página al azar. Me emocionó saber que todo aquello que mi memoria a veces entierra en el dulce suelo del subconsciente estaba ahí a flor de piel. Me sentí descongelando un mamut de las glaciaciones del Pleistoceno, reviviendo un Frankenstein, recuperando un sueño.




miércoles, julio 10

T -174. "Y la ganadora es..."

Después de la pregunta hecha hace algunos posts sobre qué proyecto abocarme para cumplir mi fecha límite del 31 de diciembre de 2013, recibí unos cuántos mensajes por Facebook de amigos y familia dando su punto de vista como lectores de los tres proyectos de marras. Inclusive motivó un sesudo análisis de mi madre con más de una copa de Chardonnay encima.

En realidad, eso es lo que importa: lo que yo quiero contar y lo que la gente quiere leer. "El resto es nada" como diría Fernando Pessoa.

Bueno, en esa tesitura, Pluviophilia alcanzó más del 50% de los votos, La puerta de Auguste (o Estación Varenne, como aparece mencionada en algunos borradores) un 35% y el 15% restante para las guías de festivales de cine.

 



Más allá del "voto del público", hubo una conversación con Javier Martínez Madrid que terminó de decidirme... Eso de no publicarla olía mucho a procrastinación... a poner lo urgente delante de lo importante.

Hoy lo importante es escribir todos los días, aunque no llegue a publicar la entrada del blog hasta que le pase algún corrector, salte de mi teléfono o iPod a mi netbook, tenga conexión de WiFi o lo dos horas de espacio mental... ES CRI BIR.

Menuda mochila me sacaré de encima el día en que me dedique a hablar de esta novela en tiempo pasado.

¡Gracias a todos por participar!

PD: Me niego decir "a todas y todos", no por falta de respeto al femenino sino por evitar la politización del lenguaje. Ya no vale decir "recibir" sino "recepcionar", se dice "articular" en lugar de "relacionarse con". Nuestra lengua evoluciona, y creo que yo siempre seguiré escribiendo "Septiembre".

martes, julio 9

T -175. ¡Imposible!

Cuando Cortázar comenzó a escribir Rayuela en 1958, le cuenta por carta a Francisco Porrúa su editor, lo siguiente: "Será, me temo, bastante ilegible" [...] "Quiero decir que no será lo que suele entenderse por novela, sino una especie de resumen de muchos deseos, de muchas nociones, de muchas esperanzas y también, por qué no, de muchos fracasos".

Más adelante, en 1959 le agrega: "Mi problema, hoy en día, es un problema de escritura, porque las herramientas con que he escrito mis cuentos ya no me sirven para hacer esto que quisiera hacer antes de morirme. Y por eso”, añade, “muchos lectores que aprecian mis cuentos habrán de llevarse una amarga desilusión si alguna vez termino y publico esto en que estoy metido”.

Hoy los mensajes de correo electrónico se pierden, pero qué bueno que hayan podido conservarse estas cartas ¿Qué me dicen a mi esas cartas? Julio en algún momento le decía a Porrúa: “Se van a decepcionar horriblemente, este Cortázar que-iba-tan-bien…” y lo más insólito es que así sucedió.

Cortázar se salió de su "zona de confort" para escribir algo mucho más incómodo que esos cuentos a los que tenía acostumbrado a su público (y a su prosa).

Por motivos como estos fue que abandoné a mi manuscrito en su momento, por considerarlo una bestia tipo hipogrifo (mitad caballo, mitad águila).
 
La verdad es que leer la correspondencia entre Cortázar y Porrúa, que volvió a la superficie con el 50 aniversario de este tótem de la literatura latinoamericana, me ha dado un poco más de ánimo... y un poco más de vergüenza... A ver, no me malinterpretes... Yo no me comparo con este Pan de la literatura, sino con su deseo de experimentar con las formas, los cruces de género, las bizarras creaciones del Dr. Moreau.

En mi caso, no pierdo nada jugando, porque nadie espera nada de mi. Prometí más de una vez terminar esta novela, al punto de parecer Virginia Woolf con las correcciones. Dicen que ella dijo: "En cuanto a mi próximo libro, voy a evitar escribirlo hasta que lo haya elaborado fuertemente en mi mente como una pera madura, colgando, grávida, pidiendo que se la corte o caerá." ¿Bonita forma de decir nunca?

El sólo sentido de este blog, al que acuden quizás 30 o 50 personas por día, es volver al hábito de escribir, de domar a la bestia, de salir de la procrastinación (el arte de hablar de algo y no hacerlo nunca). 

Así que inspirado por Julio y sus temores, enfrento los míos. Hoy me río de los imposibles.






lunes, julio 8

T -176. ¿En qué se parece una vaca a un triángulo?

Pensando en la entrada anterior de este blog, me di cuenta de cuánto cada uno de los tres proyectos habla de mi. Y en cuánto se parecen los dos primeros, o cómo uno habla del otro...

Hablando con Javier Martínez Madrid, un gran autor, bloguero y amigo, me ayudó a descubrir hasta qué punto uno puede enamorarse de no querer cerrar un círculo... De marzo de 1992 a hoy han pasado 21 años, media vida... ¿Cuánto pesa llevar media vida un proyecto inacabado en el alma? Digo "alma" sin ánimos de ponernos metafísicos, podría decir "mente" y seguiría pesando lo mismo o aún más.

Rodin nunca pudo terminar la versión "definitiva" de las Puertas del Infierno, y hasta la versión que se exhibió en la Feria Universal de París a principios de este siglo, la hizo en carácter de "borrador". Murió sin terminarla. Todo lo que hizo en su vida de escultor tuvo o tiene un lugar en esa obra magnífica y colosal, hasta "El pensador" o "El beso".

En uno de los capítulos originales de Pluviophilia aparecen las puertas de Rodin, como una de las entradas al teatro que diseño Michael Eisen, uno de los enigmáticos personajes del libro.

No me comparo con Rodin, él era un genio del dibujo y la escultura con enormes problemas para relacionarse con la gente. Yo estoy tratando de publicar un libro en el que llevo trabajando media vida. El paralelismo se acaba ahí, gracias.

Más allá de eso, reconozco esta cosa de "obra colosal inacabada" que lo persiguió toda su vida. Su figura siempre me resultó misteriosa y a la vez familiar. Recuerdo cuando vi la película de Bruno Nuytten protagonizada por Gérard Depardieu e Isabelle Adjani y comprendí el tamaño del genio de ese hombre. Y el tamaño del corso a contramano que tenía en su cabeza y su corazón. Eso me llevó a visitar el Museo Rodin en París y en Meudon una decena de veces, y a leer la increíble biografía que escribió Ruth Butler (la mejor que existe hasta la fecha).

Si en algo puedo superar a ese genio, del que he escrito en el borrador inacabado de "Las puertas de Auguste", es en terminar mi elefante blanco, mi Moby Dick y dejar atrás por fin esa etapa... Y el paralelismo se vuelve a acabar ahí, gracias de nuevo.

Aún la pregunta de la entrada anterior está abierta. Si aún no dejaste tu respuesta, te invito a que me dejes tu comentario.

Cuando tenía unos ocho años, mi abuela me enseñó esta especie de adivinanza: "¿En qué se parecen una vaca y un triángulo? Una vaca es una res. Res en portugués es nada. El que nada no se ahoga. El que no se ahoga flota. Una flota es una escuadra. Una escuadra es un triángulo."

domingo, julio 7

T -177. Sobre qué escribir primero

Por supuesto, tanto estudio, tanto blog y tanta lectura tienen que desembocar en producción. Y hasta ahora vengo coqueteando con tres posibles libros a la vez. La poligamia en la literatura es legal... pero agota...

Mis tres proyectos en este momento son:

1) Pluviophilia, una novela atomizada que puede leerse de varias maneras, hipertextual, a mitad de camino entre la novela psicológica y la fantástica. Una historia coral donde siete personajes se van cruzando entre si hasta crear una compleja trama alrededor de un psicópata manipulador que quiere obligarlos a cometer el robo del siglo. En resumen: Cortázar se cruza con Neil Gaiman.

2) La puerta de Auguste, una novela de ficción histórica en la que un alto mando de Hitler encarga a una fundición en las afueras de París la creación de una copia de las Puertas del Infierno de Auguste Rodin para ser colocadas en el Museo del Reich en Berlín. El encargo nunca llega a destino y gran parte de la documentación que lo rodeaba es destruida. hasta aquí el hecho histórico. La colección de arte más ambiciosa de la humanidad y una secta que cree que el Dante, Baudelaire y Rodin conocían los ritos para soltar a los demonios del averno en la tierra. En resumen: Dan Brown se cruza con Matilde Asensi.

3) The How-To Collection for Film Festival's Producers, diez títulos de unas cuarenta a cincuenta páginas que hablan de cómo producir de forma efectiva y económica un Festival de Cine. Existen decenas de miles de eventos de este tipo en todo el mundo y ningún libro o carrera que te enseñe cómo llevar la gestión cultural en los tiempos que corren. No ficción nacida del trabajo que me dio de comer durante los últimos 10 años. Escrita en inglés. En resumen: "For Dummies" se cruza con un curso online de producción en diez poderosas lecciones.

De los tres proyectos tengo cosas escritas en diferentes niveles de avance. En algunos casos está hecho el esquema de contenidos, las escenas que componen el texto, o está el manuscrito esperando llegar a la edición.

¿Por qué llegó el momento de elegir?
Primero, todo muy interesante claro ¿Y el foco? Bien gracias.
Segundo, algunos proyectos son más monetizables que otros, en el sentido de que puede empezarse a cosechar antes, ya que cada uno requiere diferente tiempo y esfuerzo para completarse.
Tercero, siendo lo primero que publico en este formato ¿Cómo quiero que me conozca mi potencial audiencia?
Cuarto, en toda la literatura que vengo masticando en estos último diez días, el proceso de la publicación de los ebooks suele ser parecido, hasta que llegas al punto de decidir si lo que vas a vender es un libro suelto (standalone) o es parte de una colección como los misterios de Poirot o las novelitas de Corín Tellado.

¿Puede cualquiera de los tres proyectos convertirse en una serie?
La verdad es que no veo a Pluviophilia dividido en siete novelas cortas, porque parte de la magia es navegarla saltando de un lado al otro.
La puerta de Auguste podría ser la primera aventura de sus protagonista, pero sin duda está más cerca de ser algo a lo Dan Brown, con una especie de Robert Langdon resolviendo diferentes casos, aunque sin descripciones agotadoras y sin tantas pretensiones (más cerca de Matilde Asensi).
El tercero entonces surge como una serialización online de lo que hubiera sido un solo tomo antes, más costoso y con mucho más tiempo de redacción (se publica a medida que se van terminando las partes).

Creo que llegó el momento de dar una larga vuelta con Félix, mi Schnauzer Gigante y meditar hacia dónde vamos primero.

Tus comentarios pueden ayudarme. Aquí o en Facebook, cualquier cosa que quieras decirme puede ayudarme a tomar esta decisión. Gracias por leerme.

sábado, julio 6

T -178. Las lecturas en la arquidiócesis

Corría el año 1994. Trabajaba como telemarketer en una empresa de seguros de retiro. Eran sólo siete horas y la paga era buena.

Volvía a casa y me sentaba con un gran cuaderno color papel madera a escribir pequeños fragmentos de lo que me imaginaba que sería la corrección de aquella novela que había presentado al Premio Planeta en 1992. Lo primero que noté fue un caos organizacional, donde al revisar la trama desde un lugar más reposado la notaba desigual, inconclusa, con baches profundos y con sobreexposiciones del mismo hecho una y otra vez. Le cambié el nombre: Pluviophilia ¿Qué significa? Amor por la lluvia, hasta el punto de la excitación sexual.

En medio de las correcciones inconexas y sin plan alguno, una ex integrante de "El Pozo" me propuso que junto a quien entonces era su novio y a un autor que estaba buscando editar, hiciéramos una lectura de textos inéditos en la Arquidiócesis de Buenos Aires. Esas lecturas se hacían una vez por mes los días jueves para promocionar autores nóveles y presentarles a posibles mecenas o personalidades del mundo editorial interesadas en apadrinar futuros proyectos.

El autor que estaba por editar mi amiga era sacerdote, poeta, filósofo. Ella una acólita de Pessoa, su novio estaba experimentando con el micro relato. Luego estaba yo, con esto que quién sabe qué vendría a ser, una novela que cruzaba géneros, algo que nunca fue fácilmente aceptado en primera instancia.

La estructura de mi libro estaba avanzando a una atomización en capítulos breves, multiplicación en centenares, como gotas de lluvia pegando contra un paraguas. Tenía que seleccionar tres fragmentos.

Trabajamos con mi amiga Natacha en la corrección de estos textos, la longitud, el contenido, y en el continente ¿Cómo iba a ir vestido? ¿A quién debería dirigirme? ¿Leería sentado o de pie?

Tuve que pedir permiso en el trabajo para poder asistir a esa lectura, donde cada uno presentaría sus propios fragmentos. La biblioteca de la Arquidiócesis era un lugar majestuoso. Allí, a las siete de la tarde de un día de invierno, mientras todos se acomodaban para escucharnos, hizo su entrada Aurora Bernárdez, albacea de la obra de Cortázar y ex mujer del escritor.

Pensé en Pluviophilia y en cuánto me había marcado Rayuela para bosquejar su estructura, y cuánto Julio marcó mis textos de adolescencia y primera juventud. Y claro, apareció el nudo en el estómago y el sudor frío.

Yo leía en segundo lugar. El primero era para romper el hielo, y para eso en ese momento yo no era muy bueno, el último estaba reservado al dueño de casa... El segundo lugar no estaba mal.

Leí un primer fragmento que contenía poca acción. Eran las disquisiciones de Seul, uno de los personajes clave de la novela, sobre la mentira. La gente se perdía en mi lectura, ni yo llegaba a comprender qué quería decir esa mujer desde mis letras.

El segundo fragmento fue de Oscar dándose cuenta que tiene 50 años, que se le acaba el tiempo, que se le está empezando a ir la fuerza física, que envejece cada vez más rápido, y que se va a ir de este mundo sin dejar huella. Al terminar, el público rompió en un aplauso, el primero de la noche.

No recuerdo el tercer fragmento, y casi no importa. Para terminar conté un poco de qué iba mi libro entonces. Al terminar todas las lecturas se sirvió un pequeño ágape y empezamos a mezclarnos entre la concurrencia.

Aurora Bernárdez en un momento se encontró cara a cara conmigo y me dijo: "A Julio le hubiese gustado mucho tu prosa".

Nunca me tomé en serio esas palabras, nunca hice uso de los contactos que podrían haber surgido esa noche, me tomó mucho tiempo sentarme a construir un borrador sólido de ese libro... y dejé que la vida me llevara a otra parte.

Andrés y Natacha escriben y producen series para la FOX, mientras tanto el sacerdote ha publicado varios libros y dirige un taller de lectura. Supongo que ahora me toca a mi. El cuarto lugar le toca al dueño de casa.

Cada vez más convencido de que no importa cuál sea el primer proyecto que vea la luz, a Pluviophilia también le llegará su momento bajo el sol.

viernes, julio 5

T -179. La construcción del hábito

Me propuse escribir, aunque sea un poco, todos los días. Desde el viernes que no lo conseguía, hasta recién. Aquí los hechos, aunque suenen un poco "off topic" (fuera de tema) en este blog.

El viernes di tres clases de yoga, atendí después a cuatro pacientes más. Hubiera sido un milagro si lo hubiese conseguido. Tuve la intención de hacerlo entre las nueve y las diez, pero creo que me desmayé en el sofá viendo un capítulo de "Breaking Bad". Cuando iba del sillón a la cama me prometí dedicar un momento durante el sábado que pudiese compensar lo que no pude hacer el viernes.

Al día siguiente fue el cuarto módulo de la Formación en Yoga dirigida a futuros instructores y estuve allí con Laura dando clases desde las nueve de la mañana hasta las cinco de la tarde. Es un grupo fabuloso de entre diez y quince mujeres que están haciendo su camino personal, descubriéndose, creciendo y enseñando con sus preguntas. Llegué a casa sobre las siete y media y escribí el primer párrafo de este post.

Me recosté en el sofá a masticar una idea y me desperté una hora más tarde con la boca pastosa. Sebastián me despertó avisándome que sacaba al perro a dar una vuelta. Mientras me despertaba comenzamos a ver "Nueve reinas", película que hacía tiempo que no veía. Impresionante volver a disfrutarla habiendo visto el final, siguiendo los guiños que el director te va dejando hacia lo que realmente está sucediendo delante de tus ojos. Salimos luego a cenar con dos parejas amigas y terminamos en uno de esos bares exclusivos en los que sólo se puede entrar con tarjeta de membresía a través del armario de la bodega de un restaurante que sólo sirve de fachada. Sí, un restaurante de pocas mesas, con luz tenue, que tiene una bodega repleta de botellas de champagne. Al fondo un armario como el de Narnia, que al abrirse deja paso a un pasillo angosto y mal iluminado... Cruzas un patio y detrás se yergue la fiel copia de un bar de la década de los intocables, dónde solo suena swing y jazz (aunque en medio de Nat King Cole podían escucharse versiones de The Killers o Aerosmith que podría haber entonado Michael Bublé). Llegamos a casa a las tres de la mañana.

Horror. El domingo amanecí con resaca. Escribí el segundo párrafo de este post. Dormí la mayoría del día. Me desperté para hidratarme, pasear al perro, ir a comprar algo al supermercado, con desmayos de sueño y jaquecas punzantes intermitentes, aclarando hacia la noche.

Mi gran mentora y profesora, Holly Lisle, me decía que era ridículo pensar que se escribe todos los días, que escribir es un trabajo y que hay que tomarse (como en todo trabajo) un día libre. Ella habló de un día libre, yo llevaba tres. Y "libres" a medias, porque no dejaba de sentirme en falta con esto mismo que yo me había prometido.

Yo se que estoy recuperando la disciplina de escribir, en mi proyecto, en el blog, en lo que sea, unas líneas cada día. También se que estoy presionándome más allá de lo razonable al pretender hacer todo de una sola vez. Si quiero conseguir lo que nunca pude antes, más vale que use herramientas nuevas. Y más vale que me ponga a ello ahora mismo.

¿Por qué? Tengo la sensación de que el tiempo apremia, no porque sienta que estoy por morirme mañana, sino porque lo necesito. Necesito escribir, como necesito meditar, hacer mi práctica de yoga, dar clases... Y no hablo del factor económico: escribir me ordena. Y escribir soy yo. Lo hago desde los diez años, y recibí muchos mensajes en mi vida que me hicieron creer que era una tontería dedicarme a esto por mejor que lo hiciera ¿Se puede vivir de lo que se escribe? ¿Vas a matar de hambre a una familia? ¿No te convendría buscar una profesión que te de dinero? A pesar de todos esos bienintencionados consejos, seguí escribiendo, en secreto, para mi. Hoy los personajes me salen por las orejas y tengo tres libros en firme delante de mi. Como no escriba todos los días...

jueves, julio 4

T -180. El Premio Planeta

Antes de que se enturbiase su buen nombre, en Argentina el Premio Planeta a la mejor novela era lo máximo que un novelista podía aspirar. Se hablaba de un premio equivalente a los 40.000 USD y una gran cantidad de ejemplares impresos.

Al terminar mis exámenes de segundo año de la carrera de Comunicación Social en la Universidad del Salvador, y teniendo un verano por delante con absolutamente nada para hacer, se me ocurrió escribir un libro para presentarlo a concurso. Era el año 1991. Eran los años de "El Pozo", el taller literario autogestivo donde una docena de autores de veintipocos nos juntábamos a compartir lo escrito y lo que la vida nos iba poniendo por delante. Este grupo merece un capítulo aparte

Mis padres me habían regalado una Toshiba T1100 para mi cumpleaños el anterior invierno y allí, con determinación y valor (teniendo en cuenta las descargas eléctricas que daba la carcasa metálica del aparato si la tocabas descalzo) me senté a escribir "La escuela de los mentirosos". 238 páginas, me llevó unos 27 días terminarla. En un cuaderno Rivadavia de tapas beige iba anotando los progresos hora a hora, tratando de terminar un capítulo completo cada día.



En este estado de internación monstruosa, cada cinco o seis días me iba con todo lo escrito impreso en papel contínuo con impresora de carro hasta Belgrano (desde Banfield, tierra cortazariana para más datos) para que Natacha y Mara pudiesen leer, intentar descifrar y a veces corregir lo que iba vomitando en ese manuscrito.

Sí, fue un vómito. No por su calidad, sino por la voracidad con las que las palabras querían salir hacia la pantalla azulada. Bueno, la calidad era la propia de una novela escrita a trompicones por un posadolescente de 20 años.

Eso me hace caer en cuenta que pasaron casi 22 años desde ese entonces. No puedo decir que sienta que fue ayer, pero a veces me parecen cosas que le han pasado "a otro".

La novela estaba basada en un extraño lugar que podría haber sido Buenos Aires y a principios de los noventa. Al volver a esos borradores, una y tantas veces, me encontré con que, claro, en ese momento no existía ni el teléfono móvil, ni Internet, ni los GPS; y escribir con un procesador de texto era realmente un atentado al arte, un atentado que yo perpetraba a diario. Me ponía unos walkman con orejeras de espuma de goma azul y escuchaba un cassette de Cocteau Twins que había que dar vuelta al terminar cada lado. Me encontré con todo lo que cambió el mundo, y mi vida, en este tiempo.

Con esa T1100 y ese reproductor de cintas Sony crucé todo un verano, tomando Tang de naranja y comiendo pan con mayonesa. El escritorio en mi habitación era una mesita plegable de camping y tenía una foto de Michelle Pfeiffer colgada en la pared.

Llegó el 31 de marzo de 1992, la fecha límite para la entrega de los originales en la editorial. Dos carpetas anilladas con un último capítulo terminado de escribir y sin corregir, que en una de las dos copias llegó a estar corrida la tinta del poco tiempo que le di a que se secara antes de que lo hiciese perforar. Salí de la editorial una media hora antes de que se acabase el plazo y la cantidad de originales que había apilados en la mesa de entradas me hizo un nudo en el estómago. Eran cientos.

Esperé con atención a que llegase la fecha en la que se comunicaban los ganadores. Y cuando el día llegó, supe que Alicia Steimberg había ganado con "Cuando digo Magdalena".

Una vez superada la desilusión natural de un chico de 20 años que se cree capaz de todo, me puse a trabajar en la novela sin saber mucho qué hacer. Dos de mis grandes amigas entonces editaron un libro de cuentos y yo me ofrecí a hacerme cargo de la prensa y comunicación, yendo a las radios, canales de televisión, diarios, a ver a la gente y llevarles en mano ese precioso librito.

Entonces llegó a mi casa un sobre de Planeta conteniendo instrucciones para que pasase a buscar los originales que había entregado para el concurso. Yo había puesto un par de pegotes de plasticola a propósito entre algunas páginas para asegurarme si habían llegado hasta ese punto del libro o lo habían descartado antes... Aunque la nota decía que si no pasaba antes de determinada fecha los destruirían, yo tenía gran curiosidad por saber hasta dónde había llegado el jurado a leerme.


Tenía que ir a ver a Juan Forn, uno de los editores más prominentes de la editorial en ese momento, por el tema de este libro de mis amigas que yo estaba promocionando (y del que orgullosamente yo escribí la solapa). Entonces, una de mis compañeras de facultad, cuya abuela trabajaba en el mundo del cine, consiguió que Forn me recibiese.

Llegué con un nudo en el estómago, transpirando, vestido de negro de pies a cabeza, con una mochila roida, unos anteojos sin aumento y con la sensación de que iba a hacer una terrible travesura. Primero pasé por la oficina correspondiente a buscar mis originales y después me anuncié para ver a Juan Forn. Mientras lo esperaba, revisé las copias de mi novela: una de las dos había sido leída hasta el final, la otra sólo hasta la página 50. Su oficina estaba repleta de libros, carpetas, papeles, pero asombrosamente ordenada. No me dedicó mucho tiempo, pero el que se tomó fue más que suficiente para decirme algo que me sirvió toda la vida...

Yo puse encima de la mesa los dos ejemplares del libro que venía a dejarle y mientras conversábamos fui también apoyando sobre el escritorio mis dos manuscritos de "La escuela de los mentirosos". Forn había sido, por supuesto, miembro del jurado del premio ese año. Sin dejar de mirarme a los ojos, y viendo claramente el sello de la editorial en las carpetas azules que yo sostenía a su vista como quien no quiere la cosa, me habló de los libros de cuentos, de empezar a escribir tan joven, y cuando parecía que la charla había terminado, se levantó de su silla, me dio la mano y me dijo: "Cortázar nunca ganó un concurso literario, Bioy se encargó de destruir todos los ejemplares que pudo de su primera novela. Veinte años es muy joven para la historia que querés contar, hay que vivir mucho para escribir sobre cosas tan complejas".

Se me pusieron rojas hasta las orejas, hervía por dentro: el estúpido enojo de que te llamen y reconozcan inmaduro, tierno, poco experimentado.

Le agradecí y me fui. Indignado. Furioso. Y en el fondo, muy en el fondo, seguro de que todo lo que me había dicho era cierto.

Soy de digestión lenta. Recién en 2009, 17 años más tarde, recordando cómo había escrito el primer borrador, las palabras de Juan Forn cobraron verdadero sentido para mi.

¿He vivido en estos casi 42 años lo que necesito para contar esa historia? ¡Más me vale que lo haya hecho! Hoy empiezo con la tarea de corrección del manuscrito que reescribí hace tres años, al momento de buscar agente. Hoy me sumerjo en ese mundo sin celulares, sin redes sociales, sin blogs, y donde nunca para de llover.

PD: Acabo de ver el pronóstico y dicen que hoy llueve, y mucho. Lindo gesto el de la providencia.

miércoles, julio 3

T -181. El poder del boca-a-boca contra la basura electrónica

Cuando volví a Buenos Aires, después de casi una década viviendo en Madrid, llegué con una mano atrás y otra adelante, sin poder aplicar aquí aquello que hacía allí (mi experiencia como gestor cultural). El camino del Yoga me había reportado muchos beneficios a nivel personal y comencé a dar clases para ocupar mi tiempo, casi como quien dona su tiempo al Universo. De a poco comenzó a volverse una actividad rentada con más de 1.500 horas de clase dadas en poco más de año y medio. Llegué a dar un curso de formación para profesores a base de recomendaciones y trabajo duro. 

¿Qué tiene que ver esto con publicar un libro en formato electrónico? Luego de mi primera semana de investigación sobre el formato digital empiezo a notar que quizás en medio de todo este desconcierto hay algo de democrático e implacable en el nuevo mundo editorial.

Empecé a buscar libros o artículos que me ayuden a comprender el mercado digital. Encontré prácticamente nada en castellano y muchísimo en inglés. Por supuesto que me decanté por el formato electrónico, porque sería un cruel contrasentido ir a dar con el libro perfecto para editar y vender ebooks en papel.

Abundan los libros en Kindle a 99 centavos de dólar de una media de 40 páginas que luego resultan ser refrito de varias entradas de algún blog (Dios me guarde de hacer yo lo mismo que hoy critico, me lo recuerdan) o desgrabaciones de un webinar (seminario dictado a través de la web). Muchos están plagados de errores de ortografía, o sobre prometen en su portada un contenido que luego resulta ser superficial, de dominio público o incompleto.

¿Cómo se yo esto? Porque desgraciadamente me los he leído a casi todos en estos últimos tres días.

Por supuesto que he aprendido mucho, y quizás no aquello que iba a buscar allí. Hago un resumen de lo que he recapitulado hasta ahora entre tanta basura digital:
  • El líder total del mercado es Amazon. Sus leyes son las que rigen el mercado hoy tanto en Estados Unidos como en España. Venden enormes cantidades de dispositivos y libros electrónicos por doquier ¿Es una práctica monopólica? Sí. Tambien es cierto que el mercado se concentra a su alrededor, con lo cual es mucho más fácil vender allí que en cualquier otro sitio.
  • El rango de precios de los libros más vendidos está entre 99 centavos y 4,99 (EUR o USD). 
  • Los superventas mezclan autores autopublicados con Dan Brown. En estos momentos, de los primeros 10 títulos en ventas la mitad son espíritus libres (no pertenecen a ninguna editorial).
  • Se usa mucho la serie, el formato corto, las recopilaciones, la respuesta detallada a la pregunta concreta (en el caso de la no ficción) y la novela corta serializada con los personajes enfrentando infinidad de aventuras (en el caso de la ficción).
  • El lector tiene el poder, buscando, calificando, propagando. 
  • Los derechos de autor a través del sistema electrónico pueden multiplicarse hasta por siete, gracias a la eliminación de intermediarios.
  • En este juego del escritor convertido en el "chico para todo" tenemos a escritores que no saben maquetar su obra para este soporte, buenos libros con tapas horribles, tapas hermosas con libros pobres, y muchos escritores que no saben escribir.
  • El sistema Amazon KDP Select (que da para un post en si mismo) permite promocionar libros a través de descargas gratuitas y el sistema de préstamo de los clientes premium de Amazon
Bueno, la llegada de la "democracia" al mundo editorial tiene eso: hay de todo. Antes las editoriales hacían de filtro y trabajaban con el autor en la corrección, diagramación y promoción de la obra. Ahora, en este mercado, o sabes hacer de todo o hay que rodearse de las personas apropiadas ¿Es eso posible? Claro que sí ¿Todo el mundo lo hace? Por supuesto que no...

Sucedió antes con la música y el video. Todas las industrias culturales sufren con la transformación nacida de la digitalización y la globalización 

¿Cómo se elige entonces un buen libro electrónico para leer en este pifostio? Los lectores tienen el poder: las recomendaciones, las críticas, las estrellitas, el boca-a-boca.

¿Cuántos de los libros que finalmente leíste vinieron de la mesa de best sellers de una librería? A mi Harry Potter me lo recomendó una amiga en el año 99. Ella estaba explorando la escritura de los cuentos infantiles y había tenido el placer de descubrir a esta autora de quien nadie sabía nada (sí, Rowling). El Señor de los Anillos llegó a mi por recomendación de una tía de mi madre que no podía soltarlos. También así leí la saga Crepúsculo debo confesar.

¿Qué debo hacer entonces para tener máxima difusión con aquello que decida publicar? Ofrecer algo que la gente quiera recomendar. Y la única forma es hacer algo lo suficientemente bueno para despertar la atención de alguien que le guste tanto que quiera hablar de él ¿Cómo construye un escritor novel una base de fans? No te pierdas el próximo capítulo.















martes, julio 2

T -182. Todo fue un sueño...

 Amanecí con la nuca mojada, había sido una noche de resaca. No recuerdo si por un cumpleaños o simplemente una excusa cualquiera para ir al Café de la Feria en la Plaza Dorrego en San Telmo. Habíamos tomado mucho clericó (así sin la "t" final y con mucho acento).

No, perdón, claro... no fue el fin de semana pasado, fue hace más de 20 años... Diciembre de 1990, o enero del año siguiente. Fue después de haber terminado los exámenes de diciembre del primer año de la carrera de Comunicación Social en la Universidad del Salvador.

Para ese entonces yo estudiaba teatro en el taller de Lito Cruz y habíamos hecho ya la muestra de fin de año que se llamó "En esa vieja taberna" en el Galpón del Sur, una sala con un encanto muy especial que desapareció un par de años después.

El sueño transcurría en esa sala, y develarlo sería contar una de las escenas centrales de la inpublicada PLUVIOPHILIA.

Quedé tan impresionado con esas imágenes que anoté algunas cosas en el cuaderno Rivadavia que usaba en el taller literario autogestivo que nos habíamos inventado con Natacha, Mara, Flor y Santy.

Lo curioso es que un par de noches después volví a soñar con ese mismo entorno, los mismos personajes, como una secuela (literal y literaria) de esa revelación.

Es claro, más de 20 años más tarde, que no pude ignorarla, y que tuve que escribir sobre ella, y mucho.

Hubo momentos de profundo desencanto con lo que surgía al sentarme a escribir, y decidí echar mano de técnicas de "sueño lúcido" sin resultados sorprendentes. Eso sí, para quien le interese hay un libro fenomenal al respecto de Consuelo Barea que se llama inequivocamente "El sueño lúcido".

Creo que escribir, al menos para mi, tiene que ver con mi inconsciente, mi sombra, buscando expresarse a través de las palabras, queriendo llegar de algún modo al mundo consciente. Supongo que por eso Alicia en el país de las maravillas siempre me fascinó.

Hoy desperté con un beso de buenos días sacándome de una batalla a garrotazos con un monstruo mecánico que tenía como objetivo destruir nuestro edificio. Ese es otro sueño, aunque no creo que vaya a convertirse en libro.

lunes, julio 1

T -183. Empezar de nuevo. Cambia el mercado, cambian las reglas.

Estuve durante dos años y medio, casi tres en realidad, tratando con un agente literario para vender mi novela a una gran editorial. Si es que no escuchaste hablar de ella será porque esa operación no se concretó nunca.

Tuve la gran suerte de despertar interés de un par de agentes relevantes en España durante 2010. El año siguiente seguí con entusiasmo las negociaciones que terminaron siempre en "el libro nos gusta, pero no solemos publicar novelas tan extensas de autores noveles". Sí, PLUVIOPHILIA, mi novela, tiene el pequeño inconveniente de que llega casi a las 600 páginas y tiene una estructura que la hace muy especial, casi hipertextual. Es una novela atomizada de capítulos cortos, es decir: mucho papel y poca letra. Cortázar se salió con la suya hace 50 años, pero las pasó canutas para que le publicaran la bendita "Rayuela".

Al principio la comunicación con mi agente era fluida y esperanzadora, y con el tiempo decayó y se hizo más espaciada y amarga. Desde hace unos cuántos meses que ya no recibo ninguna comunicación. Hoy tuvimos un corto chat por Facebook para confirmar que lo que ya sabíamos podíamos ir reconociéndolo: ya no le resultaba ni tan interesante ni tan excitante representar este libro y a su autor. No porque el libro no valiese la pena, sino porque el mercado hoy está en otra parte ¿No me interesaba escribir no ficción? ¿Cómo iba mi práctica como terapeuta? ¿No estaba en condiciones de escribir un libro de Yoga o Psicología Transpersonal?

Toda esa corta charla podría haberme resultado desesperanzadora, y en cambio fue algo liberador. No es que sea masoquista o disfrute el derrotismo, es que ya venía sintiendo que el modelo al que me estaba aferrando había caducado. Volvamos a 2010. En el momento que salí a buscar agente, preparando un bonito kit en papel para hacer más atractivo a mi libro, aún el mercado se decantaba por su Lulu.com sería un fracaso o un éxito total, Kindle era una marca desconocida en la literatura en castellano y no existían las tabletas. Es como imaginarse cómo ha sido el mundo antes de que se inventaran los móviles o Internet.

Yo acababa de hacer un taller de seis meses de corrección de manuscritos y había aprendido mucho en el proceso, y había pulido un libro que brilló como nunca antes. Entonces decidí que esa novela que empecé a escribir en Enero de 1991 merecía ser rescatada y pasada a letra de molde. Sí, se me ocurrió rescatar un borrador con casi 20 años de antigüedad, y eso es material para otro post. No quiero desviarme de lo que te quiero contar hoy.

En ese momento, mis colegas y amigos me felicitaron por tan enorme éxito, y yo aún me quedaba pensando que lo mejor que podía aspirar era a quedarme con el 10% del precio de portada de un libro que sería costoso de imprimir y aún más costoso de promocionar. Mi agente me decía que sería razonable conseguir un contrato para una tirada inicial de unos 4.000 ejemplares ¿Hacemos cuentas? Te pido ayuda porque mi fuerte son las letras, no los números. Te invito a que te imagines el precio de portada del libro, el que quieras. No me lo digas ¿Ya está? A esa cantidad la dividimos por 10, que es el porcentaje que corresponde a los derechos de autor. El resto se va en impresión, marketing, editor, transporte, ganancia para la editorial por supuesto y demás. A lo que queda lo multiplicas por 0,85% para descontarle la comisión del agente. Y a ese numerito, lo multiplicas por 4.000. Eso, ese número, no me lo digas por favor, es lo que me hubiera llevado por adelantado al firmar el contrato y entregar el manuscrito. Luego, siempre que hubiera reimpresiones, podría llegar a llevarme algo más. Si es que eso llegaba a suceder.

Ese libro, este libro, que me desveló en más de una oportunidad, que había significado hurgar en mis propios fantasmas y amarguras, en mis sueños más profundos, me iba a dejar, si mi agente tenía mucho éxito, lo suficiente para vivir seis meses. Sí, soy frugal. Y esa es la alternativa de máxima, en la que no le pagas a nadie por representarte (que es lo que corresponde, no nos dejemos engañar) y en la que consigues un acuerdo con un pago por adelantado por una tirada importante para el tipo de libro del que estamos hablando.

Bueno, entonces PLUVIOPHILIA está a partir de hoy oficialmente libre ¿Qué sigue? Voy a autopublicar, en formato electrónico.

¿Por qué no en papel? Primero, paso de tener un depósito lleno de cajas de libros sin vender como muchos de mis amigos y colegas tuvieron durante años. Segundo, reconozco que sería casi antiecológico por el formato que elegí para contar la historia. Tercero, el mercado cambió y hasta mi madre lee en un dispositivo electrónico, y puedo quedarme entre el 35 y el 70% del precio de venta (contra el 10% del modelo tradicional), y puedo hacer que mucha gente lea mi libro, y para eso escribo, para que la gente lo lea.

¿Cuándo? Seguramente en 2014

¿Por qué tanto tiempo? PLUVIOPHILIA no pasó por las manos de ningún editor, sí por las de mi agente claro, y le falta el trabajo necesario para transformarse de manuscrito en libro.

¿Qué es esa cuenta atrás que aparece en el título del post? Tengo mucho que aprender sobre el mercado editorial y la autogestión y este blog será la bitácora de todo lo que hay que saber para poder publicar uno mismo, de aquí a seis meses. Si no llego con PLUVIOPHILIA, será algún otro título. O sea, de aquí al 31 de diciembre de 2013 buscarás "Lucas Casanova" en Amazon.com y encontrarás al menos un ebook con un precio muy económico con algo que valga la pena leer. Ese es mi desafío ¿Me acompañas?